¿Tercera vía: discurso, modelo o alternativa ?


Como un nuevo cliché, en los diarios y medios de comunicación electrónicos, circula insistentemente la cuestión de la “tercera vía”.

Como el concepto en sí no es para nada nuevo (y mucho menos entre los latinoamericanos que hemos conocido varios intentos de “tercera vía”), lo primero que trataremos es de precisar su significado contemporáneo.

¿De qué hablamos cuando hoy hablamos de tercera vía ?

La idea de la “tercera vía” fue lanzada públicamente por Tony Blair, primer ministro del Reino Unido, en febrero de 1997 (aún antes de vencer electoralmente a los conservadores luego de 18 años de gobierno ininterrumpido).  Luego fue convalidandose en diversos eventos internacionales para gozar de un gran lanzamiento en el seminario sobre “La sociedad civil y el futuro de la democracia” realizado en la sede de la Universidad de Nueva York el 12 de  setiembre de 1998 con la presencia, entre otros, de Bill Clinton, Romano Prodi y el propio Tony Blair.

El propio Tony Blair reconoce como mentor ideológico de la propuesta a Anthony Giddens, director de la London School of  Economics y autor del libro “La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia” quien abogó, en dicho evento, por hallar una respuesta a la globalización  económica “más allá de la izquierda y de la derecha”.

Unos días antes del evento, Tony Blair publicó[1] una especie de manifiesto de la tercera vía.   Repasemos algunos de sus argumentos para saber como pretenden los autores de la idea que se la reconozca.

La tercera vía….persigue adoptar los valores esenciales del centro y del centro izquierda y aplicarlos a un mundo de cambios económicos y sociales libre del peso de una ideología obsoleta”

“La tercera vía supone una nueva línea dentro del centroizquierda.  La izquierda del siglo XX ha estado dominada por dos corrientes: una izquierda fundamentalista que veía el control del Estado como un fin en si mismo y una izquierda más moderada que aceptaba esa dirección básica pero estaba a favor del compromiso.  La Tercera vía es una reevaluación seria, que extrae su vitalidad de unir las dos grandes corrientes del pensamiento del centroizquierda (el socialismo democrático y el liberalismo) cuyo divorcio durante este siglo contribuyó  tan claramente a debilitar la política de signo progresista a lo largo y ancho de Occidente”

“Nuestra tarea se encuentra en la fase inicial y vamos aprendiendo a medida que avanzamos. Pero el neolaboralismo, en el Gobierno, está poniendo en práctica la Tercera Vía.”

Y algunas precisiones en el terreno de políticas concretas: “la educación es una prioridad absoluta”, “la tercera vía supone la reforma de la seguridad social para transformarla en un camino hacia el empleo siempre que sea posible”, “la función del gobierno es favorecer la estabilidad macroeconómica, desarrollar políticas fiscales y de bienestar que fomenten la independencia –no la dependencia-, …y apoyar a la empresa, especialmente a las industrias del futuro basadas en el conocimiento”.

Así pues que ni izquierda ni derecha, enfrentar los desafíos de la globalización garantizando derechos sociales y eficiencia, valoración del conocimiento y de la educación.  Parece interesante, pero un análisis elemental de un discurso es considerar lo que dice, lo que no dice, lo que dicen de él y, en primer lugar, relacionar el discurso con la conducta.

Así pues, sigamos analizando esta “tercera vía” recogiendo algunas opiniones de observadores reconocidos dadas por los medios de comunicación más importantes.

Por ejemplo, Tony Judt, director del Remarque Institute de la Universidad de Nueva York (la misma donde se lanzó la propuesta en setiembre del ’98) comenta lo siguiente[2]: “En el mundo de habla inglesa la “tercera vía” es sólo una etiqueta nueva para la antigua táctica electoral: “triangular” entre ideas y votantes para maximizar a corto plazo.  El gobierno de Tony Blair –la referencia europea para las efusiones contemporáneas sobre una tercera vía- es el hijo natural de Margaret Thatcher, así como Reagan engendró a Clinton.  Ella impulsó tan agresivamente el péndulo político contra la compasión y la intervención gubernamental que por primera vez un gobierno de la  “izquierda” pudo ocupar terreno en algún punto entre la derecha y el centro y merecer que se le atribuyan intenciones radicales, simplemente quedándose quieto y actuando borrosamente.  La “tercera vía” del laboralismo es el oportunismo con rostro humano”.

Entonces, según Judt,  no una línea intermedia entre el centro y la izquierda, sino entre el centro y la derecha.  Duro  ¿no?, pero veamos otras opiniones; por ejemplo las del ex  jefe del gobierno español, Felipe González quien dice tener un “problema cultural” con el término, que se parece demasiado a la propuesta histórica central del franquismo,  y que desconfía del aporte que puedan dar los demócratas norteamericanos (los del partido de Clinton) que[3]: “Saben mucho sobre la política de gran potencia pero no tienen ningún proyecto para la cohesión social.  El presidente de la primera potencia mundial puede enviar 850.000 soldados al Golfo, pero no puede reformar el sistema de salud”

Felipillo, quien lo hubiera pensado con discurso de izquierda, pega donde más duele: los precursores de la “tercera vía” han demostrado hasta ahora más capacidad para bombardear Bagdad que para impulsar al menos una de sus propuestas de equidad social.

Y veamos al menos una opinión más, la de Félix Ovejero Lucas, profesor titular de Metodología de las Ciencias Sociales en la Univ. de Barcelona: “Cuando la tercera vía afirma recoger “los valores del centro y de centro izquierda” se entrega a una metáfora que no tiene otro objetivo que recalar en la bendecida conclusión según la cual lo correcto es la equidistancia entre los extremos.  Por definición, esa es una identidad móvil y prestada, dependiente de las elecciones de los demás, quienes al elegir qué son, deciden que somos nosotros, a saber, lo que queda en el medio.  El resultado es conocido: a fuerza de centrarse, antes entre la extrema izquierda y el centro, ahora entre el centro y  la anterior izquierda ya previamente centrada, se acaba por converger en lo que siempre ha sido el centro: derecha, encargada de ir gestionando el cada día sin norte ni proyecto, desde la aceptación explícita o no, de la justicia de los modos de vida existentes”

Y aquí quisiera detenerme porque, creo, que se halla una de las claves para entender la cuestión: “aceptación explícita o no de la justicia de los modos de vida existentes” acusa Félix Ovejero Lucas,  “la función del gobierno es favorecer la estabilidad macroeconómica…” reconoce Tony Blair,  “todos los países, incluyendo los más pobres, tienen que atraer hacia su mercado la inversión extranjera si desean avanzar” afirma Anthony Hiddens[4].

Así pues que la tercera vía sería una mera propuesta de la derecha que se propone mantener el “status quo”, es decir, este mundo de fin de siglo con una potencia hegemónica en lo militar y un dominio político/cultural (¿o habría que decir cultural/político?) que está produciendo la mayor polarización entre pobres  y ricos  jamás conocida en la historia de la civilización humana generando la triste paradoja de que en el momento de despliegue de un nuevo momento de la segunda revolución industrial (se sabe: biogenetica + electrónica + comunicación) y de un formidable crecimiento de la productividad del trabajo humano,  más  y más seres humanos estén excluidos de todo rasgo civilizatorio y ni siquiera puedan comer una vez al día.

Sin embargo, para ser consecuentes con el mandato de que la crítica no se debe detener ante nada, ni siquiera ante lo que uno mismo propone como certero, habría que aclarar el origen de la cuestión: ¿por qué hacen la propuesta de la “tercera vía” como algo distinto al neoliberalismo vigente (el capitalismo realmente existente)?, ¿por qué tanto empeño en diferenciarse de lo que ellos mismos aplicaron y aún defienden?, en definitiva: ¿por qué el discurso de la tercera vía?

Y para aclarar mi enfoque hay que hacer un poco de historia.

¿Cómo llegamos hasta aquí ?

Y todo empezó con un golpe de estado ejecutado por un señor que por estos días se encuentra arrestado, aunque sea en jaula de oro, en Londres. Hablamos de setiembre de 1973, de Chile y de Augusto Pinochet.[5]

Contra la patetica imagen actual del General, en su momento demostró tener más perspicacia e inteligencia de la que se esperaba de un hombre como él.  Pinochet, como Videla en la Argentina o Bodabeherre en Uruguay, comprendió que no se trataba solo de eliminar la oposición de izquierda que durante los finales de los ’60 y principios de los ’70 había puesto en cuestión la tasa de ganancia de la burguesía y desafiado el mismo orden capitalista en la región.

También tenían que dar respuesta a la crisis de un modo de ser del capitalismo que ya no daba respuesta a los requerimientos de la burguesía de optimizar sus ganancias (valorizar el capital, dicen que se dice).

Si el primigenio modelo de desarrollo capitalista agro exportador (o de mono cultivo, según la región de América que analicemos), había sido suplantado por el de sustitución de importaciones (simples primero, complejas más tarde); y con ese cambio económico había irrumpido el “populismo” (Estado de bienestar, pacto social, reconocimiento de ciertos derechos, el trabajador como consumidor, etc.), ahora se trataba de dar una respuesta integral a la crisis del modelo y a los desafíos obreros,  populares y liberadores.

Es ahí cuando la oportunidad encuentra a un grupo de economistas ultra liberales, los “Chicago Boys” de Milton Friedman que venían pregonando un programa de máxima sin mucho éxito.  Privatizaciones, desregulaciones, libre circulación de todas las formas del capital incluida la financiera, flexibilización laboral extrema y superexplotación del trabajo no parecía una formula plausible de aplicar en un mundo cruzado por la Crisis del Petróleo de 1973 y el triunfo del pueblo vietnamita sobre los yankees que parecía preanunciar una verdadera primavera de los pueblos.

En un mundo bipolar, con un “socialismo real” que parecía estar en su mejor momento (luego descubrimos amargamente que era todo lo contrario) no se podía aplicar la receta neoliberal salvo en países sometidos a dictaduras militares como las que inauguraron Pinochet y Videla.

Pero hacia fines de la década, entre 1978 y 1980, se abre paso una corriente extremista de derecha en el bloque de poder de las grandes potencias capitalistas y Ronald Reagan (no reírse con el vaquero que pasará a la historia) en los EE.UU. y Margaret Thatcher en el Reino Unido llegan al poder, y con ellos el grupo de fundamentalistas del mercado que hoy llamamos “neoliberales”.

Pero aún así subsistían vastas regiones capitalistas fuera de su órbita: toda Europa Occidental continental y el Sudeste Asiático donde crecían los supuestos “tigres” Japón, Corea, Malasia, Indonesia, etc.  Hacia mediados de los ’80, la burguesía europea se inclina hacia el neoliberalismo y la socialdemocracia española y francesa inicia un viraje hacia su transformación en un social/liberalismo, al decir de James Petras.

Y por supuesto, todo el proceso se potencia, se legitima, se recrea, etc. con la caída del Muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética y su campo socialista que pasan a ser territorio dominado por el neoliberalismo, aunque su forma de existencia sea un poco mafiosa para el refinado gusto occidental y cristiano.

Ya la historia es más conocida por todos nosotros: los Menem, los Fujimori, los Salinas de Gortari  se apoderan de las viejas identidades políticas populistas para ponerlas al servicio de un programa que negaba la propia historia de dichas fuerzas.

A las razones económicas (países periféricos y no centrales del capitalismo), se le sumó la fuerza del converso para hacer de los nuestros ejemplo de un neoliberalismo extremo.

Desaparecido el enemigo externo (el comunismo), el capitalismo pasa a la guerra  entre capitalistas.  Durante siete años, el F.M.I. y el Banco Mundial, desplegaron una guerra contra Japón y el Sudeste asiático con el fin de subordinarlos a la estrategia general del imperialismo de fin de siglo.  La crisis bursátil que aún sufrimos es la culminación de esa guerra, la batalla por la cual se los derrota y subordina.

El modelo asiático de proteccionismo estatal, industrialización y subsidio al mercado interno colapsó ante el poder económico del dólar y la globalización financiera que permitió un crecimiento de las transacciones financieras de noventa veces en solo veinte años (de 1978 al ’98) mientras que el P.B.I. solo lo hacía dos veces y el comercio mundial ocho veces.

Y con este “triunfo” el neoliberalismo completa su dominio mundial.   La verdadera globalización es la del neoliberalismo.

Pero en el momento en que su triunfo es más completo, se pone de manifiesto su crisis, aquella que supuestamente venían a superar al reemplazar al “capitalismo de estado de bienestar y regulaciones nacionales”.  Y es lógico que así sea porque el neoliberalismo nunca se preocupó por la crisis, sino por aprovecharla imponiendo nuevas condiciones de valorización del capital.

En los comienzos de esta historia, un lúcido marxista ingles decía así: “La crisis capitalista nunca es otra cosa que esto, la ruptura de un patrón de dominación de clase relativamente estable.  Aparece como una crisis económica que se expresa en una caída de la tasa de ganancia, pero su núcleo es el fracaso de un patrón de dominación establecido.  Desde el punto de vista del capital la crisis sólo puede ser resuelta mediante el establecimiento de nuevos patrones para imponerlos a la clase obrera.  Para el capitalismo la crisis sólo puede ser resuelta a través de luchas, a través del restablecimiento de la autoridad y a través de una difícil búsqueda de nuevos patrones de dominación”  .John Holloway[6]

Y en realidad eso es exactamente lo que está ocurriendo. En todo el mundo.  Un nuevo mundo del trabajo, un nuevo modo de explotación de toda la población, una nueva lógica capitalista que se suma a las anteriores: la de la exclusión social permanente.  Y toda la miseria a la vista.

La crisis que el capitalismo provoca a la vida de los pueblos es cada vez mayor, y también es grande la propia crisis que el capitalismo lleva en sí.

Por eso las voces de alarma de Henry Kissinger que reclama nuevas instituciones financieras internacionales ante el fracaso del F.M.I. en controlar la situación y el peligro de un estallido de la gigantesca burbuja financiera, o los reclamos “sociales” del mismísimo Banco Mundial por redes solidarias de contención a los excluidos y desocupados.  Y la lista podría seguir, y es que están seriamente preocupados por haber arribado al lugar opuesto al prometido.  Buscando bajar el costo laboral al mínimo, terminaron dificultando la reproducción ampliada del capital global y matando el consenso al modelo..

La tercera vía es el intento de globalizar los reclamos correctivos hacia un modelo que ha entrado en crisis y “necesita” cambios urgentes.   Aunque conviene destacar que a diferencia del anterior modelo de desarrollo capitalista, que entró en crisis a consecuencia de la lucha de los trabajadores y los pueblos –en las condiciones de competencia con el socialismo-, la actual crisis es la crisis de los vencedores.  Es la consecuencia de su propia victoria descomunal.  Surge de la aplicación rigurosa de sus receetas fundametnalistas de mercado. Es acaso la venganza de los derrotados en los ‘70.

En su “hora de gloria”, el neoliberalismo llegó a suponer el “fin de la historia”.  Pero los pueblos, después del estupor y la desorientación de la cultura progresista y de izquierda comenzaron a resistir.

El 1º de enero de 1994, la rebelión Zapatista contra el estado mexicano pareció ser la señal para el comienzo de la contraofensiva de los pueblos.  Desde los obreros franceses a los campesinos “Sin tierra” del Brasil; desde los guerrilleros colombianos hasta la revolución democrática en Sudáfrica; desde la lucha de los comunistas chilenos contra la impunidad  hasta el juicio a los genocidas en España; desde la recuperación de las fuerzas de izquierda en Rusia y el este europeo hasta el digno cuarenta aniversario de una revolución que no cesa como la Cubana.

Y cada paso de la lucha y  la resistencia popular fue deteriorando la divisa neoliberal del “no se puede” o el “no hay otro camino” hasta romper la magia perversa de lograr adhesiones entre los más perjudicados.  Y no es que hayan logrado, en algún momento, generar beneficios reales para las mayorías, pero sí habían conseguido ilusionar a millones en que también a ellos les tocaría algo de la “fiesta”.

Por el contrario, se viene construyendo un consenso generalizado de “que así no se puede seguir”.  El propio financista de origen húngaro Soros acaba de decir que el capitalismo marcha hacia su autodetrucción, pero que él, como empresario, no puede dejar de especular.

El debate sobre el pos neoliberalismo está abierto, la “tercera vía” es la respuesta de “ellos”.  Siguiendo el criterio marxista, al criticarla comenzamos a construir la nuestra.

Rosario, Argentina,2 de enero de 1999

José Ernesto Schulman. e-mail:schulman@gmx.net


[1] El País digital. Nº 872. 22/9/98. España.

 

[2] Clarín. 4/10/98. Argentina

[3] El País Digital. 17/9/98 – Nº 867. España

[4] El país digital. 22/9/98. España.

[5] toda esta sección se apoya en una conferencia de Julio Gambina, director del Centro de estudios de la Federación de Trabajadores Judiciales de la Argentina, ante militantes del Movimiento Político Sindical Liberación, integrante de la Central de Trabajadores de la Argentina.

[6] La rosa roja de Nissan. John Holloway.

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